Las trampas de nuestro cerebro

Hace unas semanas publicaba un artículo sobre Inteligencia Emocional en el que me refería a la necesidad de conocer el funcionamiento de la mente para poder así conseguir con éxito los objetivos de aprendizaje y cambio que todos nos planteamos en algún momento de la vida. En dicho artículo hablaba de la importancia de contar con profesionales expertos en comportamiento humano que puedan ayudar a identificar y superar los obstáculos que siempre aparecen en ese proceso. Como reacción a ese artículo algunos líderes empresariales me comentaron lo deseable que sería contar con algo de información acerca de las trampas que pone la mente en cuanto los seres humanos intentamos hacer cambios en la forma de comportarnos.

 

Cuando nos planteamos cambiar, además de saber qué es lo que se debe hacer, es esencial saber cómo se debe hacer para lograrlo. Y este es un trabajo esencial en psicología, los terapeutas no sólo debemos ayudar a esclarecer cuales son los objetivos vitales de una persona, sino también, una vez esclarecidos, ayudar a diseñar una estrategia adaptada a su caso para conseguirlos.

 

A pesar de lo que nos han dicho, lo cierto es que “querer” no es necesariamente “poder”. La motivación y fuerza de voluntad no suelen ser suficientes cuando nuestro cerebro (el órgano que da lugar a la mente) se obstina en ponernos las cosas complicadas. Y es que el cerebro, al estar diseñado para la supervivencia, puede boicotear nuestros intentos de cambio hasta hacernos desistir. En su intento de protegernos, a veces nos pone las cosas muy difíciles. En unos casos la mente nos ataca con pensamientos desalentadores como “esto no es para mí”, “no puedo”, “no tengo fuerza de voluntad”, “no tengo Inteligencia Emocional”, etc. Otras veces, las emociones son tan intensas y desagradables que es difícil dejarlas de lado y seguir el plan establecido.

 

Las trampas del cerebro que debemos sortear son numerosas y variadas y tienen que ver con el hecho que el diseño del cerebro humano no está hecho para captar la realidad, sino para construir representaciones de la realidad (modelos). Nacemos con un cerebro que cuenta con un potencial básico (hablar, imitar, pensar), pero es la interacción con el mundo la que propicia la aparición de las capacidades cognitivas humanas, y una vez estas capacidades han surgido, estas capacidades se convierten en una especie de lente que sesga y limita nuestro acceso a la realidad.

 

El objetivo de la psicoterapia es hacer conscientes a los seres humanos de las trampas de la mente, y ayudarles a superarlas para así construir una vida valiosa. La terapia cognitivo conductual, la orientación psicoterapéutica con mayor apoyo científico hasta la fecha, estudia, diseña y aplica desde hace décadas programas de intervención psicológica que permiten a las personas el cambio exitoso, y lo hace acogiendo y acompañando incondicionalmente a la persona que se pone en nuestras manos.

 

Planear la estrategia de cambio adecuada y óptima para cada persona no resulta algo sencillo, pero la psicología, y concretamente la terapia cognitivo conductual cuenta con técnicas y metodologías de gran ayuda y eficacia.

 

A pesar de la diversidad biológica y psicológica que caracteriza a los seres humanos, también son muchos los aspectos comunes a todos nosotros, y si alguien ha podido alcanzar un objetivo, cualquier otra persona podría hacerlo (si no fuese posible el mismo, quizá algo parecido). Lo que nos hace tan diversos no es tanto lo qué queremos en la vida (que suele ser similar), sino el cómo lo alcanzamos, pues las trampas que deberemos sortear serán las propias de nuestra mente (y quizá tengan que ver muy poco con las de otros). En la mayor parte de las ocasiones el fracaso tiene que ver con la utilización de una estrategia para lograr el objetivo que poco tiene que ver con la persona que la pone en marcha. Este es el papel del terapeuta: ayudar a que cualquier persona que se acerque a la terapia cree su propio camino y establezca su propio ritmo para el crecimiento y el cambio personal.

 

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