Nuestro cerebro se asusta con montones de cosas, cualquier situación que suponga una consecuencia negativa es percibida como un peligro, independientemente de que lo sea realmente o no, y el cerebro responde movilizando todos los recursos a su alcance para hacernos huir de la situación (la famosa respuesta de lucha-huida).
Cuando una persona percibe que no puede predecir, controlar u obtener los resultados deseados en situaciones o contextos personalmente relevantes, la ansiedad puede percibirse como una sensación de indefensión (sensación de no tener control) y este estado emocional negativo se asocia con una poderosa respuesta psicofisiológica (aumento de la frecuencia cardiaca, de la respiración, aumento de la tensión muscular, etc.) que es el sustrato biológico que prepara al organismo para contrarrestar la indefensión, es decir, la falta de control.
No obstante, a pesar de las diferencias que pueden encontrarse entre los distintos trastornos de ansiedad, todos ellos comparten la presencia de respuestas de ansiedad desproporcionadas en relación con las condiciones reales del entorno de vida del sujeto, respuestas de escape o evitación como resultado de la vivencia de ansiedad y el desarrollo de un amplio rango de conductas desadaptativas para el afrontamiento de la ansiedad, en la mayor parte de los casos dirigidas exclusivamente a paliar a corto plazo la respuesta subjetiva de ansiedad.
Los tratamientos cognitivo-conductuales para los trastornos de ansiedad tienen una gran eficacia y se encuentran entre las intervenciones que mayor desarrollo y apoyo científico tienen en psicología clínica.