
Incertidumbre y Salud Mental
Vivimos tiempos de pandemia, de incertidumbre, de volatilidad y de cambio, a pesar de nuestros deseos (e incluso intentos) por seguir en la zona de confort, hemos sido lanzados fuera de ella por la COVID-19 y todos sabemos que el mundo que conocíamos ya no volverá. La gestión de la incertidumbre y la adaptación a la nueva época en la que estamos inmersos es el tema de moda por doquier. Es frecuente escuchar o leer frases como: “hay que adaptarse al cambio, es necesario reajustar expectativas, la flexibilidad es esencial ahora, es necesario saber convertir el presente incierto en un reto motivador”, etc.
Sin embargo, no porque estos tópicos se repitan tanto el proceso es más sencillo, más bien, puede ser incluso lo contrario:
Cuanto más consciente se hace la necesidad de adaptación a una persona que tiene pocos recursos para ello, más ansiedad puede surgir y más mecanismos patológicos pueden florecer para tratar de neutralizar el impacto de este incierto tiempo.
Al ser humano en general no le gusta la incertidumbre, o le gusta sólo en cierta medida, pero hay personas para las que esta evolución está siendo especialmente difícil y dolorosa.
Las razones son diversas:
- Problemas económicos
- Falta de formación
- Déficit de apoyo social
- Problemas de integración social o cultural
- Por supuesto personas cuyos rasgos de personalidad, vulnerabilidad psicológica y situación social les hacen especialmente complicado el afrontamiento del momento actual.
Me refiero concretamente a los afectados y afectadas por problemas de salud mental quienes necesitan en un momento como el actual mayor atención, comprensión y apoyo, pues en la mayor parte de los casos se han incrementado los síntomas que les venían afectando, haciendo si cabe más duro su proceso de acomodación a las circunstancias actuales.
Sin embargo, lejos de ser así, en esta coyuntura estas personas tienen más dificultades para acceder a los dispositivos de atención en salud mental y a las organizaciones que les brindaban en muchos casos soporte social. Y es que el coronavirus lo acapara casi todo y ha cambiado radicalmente la forma de interactuar en un contexto sanitario y las reglas sociales. las medidas de protección junto al miedo al contagio imponen una distancia que a veces se transforma en aislamiento y está suponiendo para estas personas una complicación añadida a todas las ya presentes.
Por otro lado, la tolerancia que tenemos los unos con los otros parece haberse reducido drásticamente y la irritabilidad afecta cada vez más a una sociedad que lucha por aprender a vivir bajo nuevas circunstancias, en gran medida adversas. En este contexto las personas más vulnerables psicológicamente, necesitando más comprensión y sensibilidad con su situación, resulta que encuentran menos, y aunque estos procesos son explicables, no son justificables. Los problemas de salud mental siempre han supuesto cierto estigma negativo, pero ahora, además, las personas afectadas encuentran menos cuidado, oportunidades y apoyo.
No obstante, en un mundo que cada vez se vuelve menos previsible y controlable solo la inteligencia colaborativa y los valores pro-sociales nos protegerán a todos, y una forma de empezar a practicar es hacernos conscientes de que, si bien todos estamos experimentando el malestar de la pandemia y la adaptación al cambio, algunas personas lo están pasando peor, siendo incapaces y sintiéndose incompetentes para lograr lo que se espera de ellos y ellas.
A su vez, junto a la conciencia por el escenario del otro, resultan fundamentales la empatía y la movilización compasiva hacia estas personas. Es cierto que la empatía y el acercamiento compasivo no van a resolver totalmente sus problemas, pero sin duda estas actitudes pueden tener un efecto balsámico en este momento de sufrimiento e incomprensión. No son personas diferentes a nosotros, sus circunstancias sí lo son, y pueden ser las nuestras en algún momento. Los problemas de salud mental no son patrimonio de los débiles, son patrimonio de la humanidad, todos somos susceptibles pasar por ellos.