
¿Por qué el coaching es tan criticado?
El coaching es un proceso transformacional que genera en la persona la capacidad de poner en marcha un cambio voluntario y consciente hacia un objetivo valioso.
El coaching no son conversaciones, ni es mentoring, ni es entrenamiento en habilidades, es un proceso de acompañamiento experto que facilita el crecimiento de una persona en distintos ámbitos (psicológico, emocional, profesional).
Esta visión implica que el coaching es un proceso de empoderamiento consciente de una persona, que parte del cuestionamiento de su sistema de creencias y valores, explora la confusión interior, reflexiona conscientemente acerca de los objetivos valiosos para la persona, sus miedos, ilusiones y expectativas, identifica la dirección personalmente valiosa y ayuda a encontrar la motivación óptima para seguir el camino elegido en la vida.
Este proceso, que además revierte positivamente sobre el coach, sin duda puede ayudar a construir un mundo mejor. Hasta aquí, lo ideal, “as it should be”.
Pero ¿cuál es la realidad? La realidad es que el coaching es a veces superficial, a veces poco experto, a veces incauto, a veces poco ético.
Sin embargo, una práctica inadecuada no puede desacreditar este proceso, ni a todos los profesionales que lo llevan a cabo. De la misma forma que un mal médico, abogado o ingeniero, no invalida a toda una profesión, la mala práctica de uno, varios o muchos coaches, no puede utilizarse para invalidar a todo un colectivo.
Sin duda el coaching adolece de problemas también presentes en otras profesiones, especialmente las nuevas que aún no están reguladas, pero eso no quiere decir que no pueda evolucionar hasta conseguir una práctica rigurosa, fiable y ética.
Llevar a cabo un adecuado proceso de coaching que consiga los mejores resultados para el individuo, y su comunidad, requiere de algo más que la formación obtenida en un curso y el conocimiento de algunas técnicas; requiere de amplia experiencia personal y profesional, de un profundo conocimiento de la naturaleza humana, de su diversidad, y también del contexto que rodea a la persona en proceso; requiere a su vez de una actitud genuina y honesta, y además, debería ser un proceso responsable con la cultura y el entorno, y que tomase en cuenta la justicia social. Puede parecer excesivo, pero sin ello ¿qué nos queda?
Para mí la cuestión no es si este planteamiento es excesivo o poco realista, sino qué se necesitaría para que fuera real.
Creo que es esencial en un coach contar con una alta dosis de Inteligencia Emocional, capacidad para detectar problemas que salen del ámbito de actuación del coaching, tener un alto grado de compromiso con la comunidad, proyección de futuro de las acciones individuales propias y ajenas, y visión de la vida como un juego infinito en el que jugamos por un tiempo limitado en un momento de la historia.
Seguramente habrá más elementos que incluir en los requisitos de un proceso de coaching que asegure una aportación de valor a la persona y al bien común, pero a mi entender intentar cumplir con los señalados puede ser la forma de empezar a devolver a este trabajo toda la nobleza que en sí mismo tiene y nunca debió perder.