TEN PACIENCIA, TU CEREBRO SOCIAL AÚN SIGUE FRUSTRADO

Ha comenzado el 2021 y, a pesar de todas las expectativas e ilusiones depositadas en este nuevo año, de momento no ha comenzado bien. Por un lado, crecen los contagios por COVID19, por otro, la nevada, que ha afectado a buena parte de nuestro país, está agudizando, al menos por unos cuantos días, el aislamiento que sigue imponiendo la pandemia. Y es que, una vez pasado el fin de semana de euforia y juego en la nieve, lo cierto es que para muchos resulta pesado y frustrante no poder ir a clase o tener que teletrabajar una vez más cuando tocaba día de oficina. De nuevo, en casa y asilados.

 

Los acontecimientos históricos de los que estamos siendo testigos (la pandemia, la nevada del siglo,…) están implicando restricciones a los contactos sociales con efectos sin precedentes sobre nuestra conducta y nuestro estado de ánimo; efectos que además resultan desconocidos para muchas personas: ¿por qué estoy tan desmotivado y no tengo ganas de trabajar en casa?, ¿por qué desde que teletrabajo parece que me ha dejado de interesar este proyecto?, ¿por qué echo de menos hasta ese compañero pesado que antes me molestaba?, ¿por qué antes me gustaba estar solo y ahora me dan ganas de llorar?, ¿por qué me enfada tanto el no poder ir hoy a clase después de las vacaciones?

 

Estas son algunas de las preguntas que muchas personas se hacen desconcertadas por pensamientos y sensaciones que no les resultan lógicas y que hace unos meses les resultaban desconocidas. La respuesta está en nuestros cerebros sociales, pues cuando nos relacionamos cara a cara con otras personas nuestro cerebro social conecta con el suyo, produciendo la activación de un sinfín de circuitos neuronales en ambos cerebros que ponen en marcha muchas de las reacciones mas adaptativas que se pueden dar en un ser humano (empatía, compasión, contagio emocional, modelado, etc).

 

Los otros contribuyen a moldear nuestro cerebro, y nosotros el suyo. Las palabras y actos de los demás estructuran y cambian nuestros sistemas nerviosos, y así nos vamos conectando socialmente y volviendo, en gran medida, dependientes de sus gestos y palabras para regular nuestro ánimo y nuestra conducta. Sin darnos cuenta, nuestros cerebros y cuerpos cambian mediante el torrente hormonal que provocan en ellos la conducta y las palabras de los demás.

 

Influimos los unos en los otros mucho de forma mucho más profunda y duradera de lo que se creía. Por esta razón, la visión de otra persona trabajando facilita nuestro comportamiento en esa dirección a través de la activación de la red de neuronas espejo que la evolución nos ha regalado, y estas redes neuronales permiten el contagio emocional que nos lleva a entusiasmarnos y motivarnos en grupo mucho más que de forma aislada. No hay nada de extraño en las reacciones que se plantean en las preguntas anteriores, simplemente cuando estamos solos nuestro mundo se retrae y nos constriñe y cuando estamos acompañados se expande y es más fácil el surgimiento del entusiasmo y la ilusión.

 

La afinidad social de nuestro cerebro demanda ser cuidadosos en nuestras relaciones sociales pues influimos los unos en los otros de forma constante, sutil y, en muchos casos, inconsciente, para bien y para mal. Ojalá no lo olvidemos cuando termine este tiempo de distancia social impuesta y permanezca de forma consciente en la mente de todos que el gran superpoder de nuestra especie está en el grupo, en ese cerebro social que surgió y que nos conecta a todos, hasta el punto de considerar que la vida no tiene sentido si la tenemos que vivir solos.

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